
Desde que somos pequeñas, la sociedad nos impone un sinfín de reglas no escritas sobre cómo debemos ser, comportarnos y hasta sentirnos. Nos dicen que hay que ser femeninas, pero sin exagerar. Que debemos cuidarnos, pero sin parecer obsesionadas. Que estar delgada es importante, pero no demasiado, porque también nos criticarán si estamos «demasiado flacas». Que el maquillaje es imprescindible, pero que también debemos vernos «naturales». Y ni hablar del vello corporal: algo que, aunque es parte de nuestro cuerpo, se ha convertido en un enemigo que hay que eliminar.
Esta constante lluvia de mensajes nos afecta de formas profundas. Nos hace dudar de nosotras mismas, nos genera ansiedad y nos aleja del amor propio. Y lo peor es que muchas veces somos nosotras mismas, entre mujeres, las que reforzamos estas normas, repitiendo sin cuestionar lo que nos han dicho durante generaciones.
Las palabras pesan, y mucho
“¿Cuándo te vas a casar?” “¿Aún no tienes hijos?” “Ya tienes una edad, se te pasa el arroz”. Frases como estas parecen inofensivas, pero en realidad son dardos que nos recuerdan que, según la sociedad, hay un camino marcado que todas deberíamos seguir. Como si nuestra felicidad dependiera de cumplir con una lista de expectativas en lugar de vivir a nuestro ritmo, a nuestro gusto y según nuestros propios sueños.
Es agotador. Es injusto. Y es innecesario.
Querernos es un acto de rebeldía
En un mundo que nos quiere siempre dudando de nosotras mismas, amarnos tal y como somos es un acto de valentía. Ignorar los comentarios que intentan definirnos y ponernos etiquetas es un trabajo diario. Pero se puede.
Cuidarnos, arreglarnos, maquillarnos o no hacerlo, depilarnos o dejar que nuestro cuerpo sea natural, casarnos, tener hijos o decidir que ese no es nuestro camino… Todo debería ser una elección personal, no una imposición social.
¿Cómo lidiar con tanta presión?
- Tomando conciencia. Entender que estas normas no son una verdad absoluta, sino construcciones sociales que podemos desafiar.
- Aprendiendo a escucharnos. Definir qué es lo que realmente queremos más allá de lo que nos dicen que «deberíamos» querer.
- Poniendo límites. No tienes que responder a todas las preguntas ni justificar tus decisiones. «No es de tu incumbencia» es una respuesta válida.
- Rodéate de personas que te sumen. La energía que nos rodea influye más de lo que creemos. Busca entornos donde puedas ser tú sin sentirte juzgada.
- Dejando de juzgarnos unas a otras. Si queremos un mundo donde podamos ser libres de ser quienes somos, debemos empezar por nosotras mismas: apoyarnos, respetarnos y recordarnos que no hay una única manera de ser mujer.
Es difícil, sí. Pero también es liberador. Y cuando nos atrevemos a cuestionar estas imposiciones y a vivir según nuestras propias reglas, abrimos camino para que otras también lo hagan.
Y tú, ¿has sentido esta presión? ¿Cómo has aprendido a manejarla? Me encantaría leer tu experiencia en los comentarios.
Con amor y rebeldía,
Paqui Pérez